La Revolución es
el Mal de los Males. Son los fusilados en los Paredones, los que nunca
regresaron de Angola, la masacre del 13 de Marzo, los que para siempre quedaron
sepultados en las profundidades del Estrecho de la Florida.
La Revolución es
un pueblo convertido en Nómada, disperso a los cuatro vientos. Comienzas una
vida allá donde no vales un coño pero sí un poco más que allí donde naciste. Las
familias separadas, enemistadas entre sí, destruidas porque no importan para
nada, prevalece el deber. Empezó antes del Mariel y Camarioca: familias
centenarias del Escambray reconcentradas en Pinar del Río (un crimen mayor).
La Revolución es
La Habana en ruinas sin que le hayan tirado jamás una bomba. Los hospitales
cayendo a pedazos. Las lagunas de agua podrida en las calles repartiendo dengue
y cólera y todas las plagas que vengan de las zonas más paupérrimas.
La Revolución es
la mayoría del pueblo chabacano y amigo de lo ajeno, doblemoralista, padres
orgullosos de hijas que sin amor pescan maridos internacionales, madres de
hijos con amantes internacionales del mismo sexo, abuelos de los primeros que
se iniciaron en la profesión.
55 años de Males
y Peores para la triste Cuba y los pobres cubanos.
Por eso, cuando
el ídolo de mi adolescencia, el guajiro jonronero que me hacía vibrar con cada
cerca que se llevaba, a estas alturas del juego y después de tantos Males, dice
con pasión: “Sí soy Revolucionario”!, me
causa una profunda decepción.